HUGO CHAVEZ: "YO VENDRIA A BUSCARTE" - 1954 - 2013  

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HUGO CHAVEZ: "YO VENDRIA A BUSCARTE"
1954 - 2013

Mi abuela Rosa Inés nos enseñó a Adán y a mí a leer y a escribir antes de ir a la escuela. Fue nuestra primera maestra. Ella decía:

“Tienes que aprender, Huguito”.

Las letras redonditas que ella hacía. Quizás de ahí viene mi pasión por la lectura, por la buena escritura, la buena ortografía, no cometer ni un error. Algunos me sufren, porque yo soy que si el acentico, la comita, la forma de la prosa incluso, y del verso de cuando en cuando.

Ella me decía, ya yo militar: “Huguito, usted sálgase de ahí, usted no sirve para eso”.

Y a mí me gustaba el Ejército, y le preguntaba: “¿Por qué no sirvo para eso, abuela?” “Usted es muy ‘disposicionero’, usted inventa mucho”.

Dígame después, cuando, ya de teniente, de vacaciones, llegué un día a la casa con otros cadetes; nos sentamos ahí y yo puse a Alí Primera: “Soldado, vuelca el fusil contra el oligarca”.

Ella tenía esa inteligencia innata de nuestro pueblo y oía el canto de Alí Primera. Se fueron los compañeros y me dijo: “¿Se da cuenta?

Usted se va a meter en un lío, porque yo estoy oyendo esa música y usted se la pone a sus compañeros, Huguito, Huguito”. ¡Ay!, la abuela.

Ella me descubrió antes de tiempo, me intuyó.

Murió aquel 2 de enero, la sembramos en medio de retoños y de amaneceres el año 1982.

Recuerdo que tenía guardia el 31 de diciembre en Fuerte Tiuna, en la Academia. Me gustaba mucho pararme en el Gran Hall, en la puerta grande que da hacia las columnatas, y ver el jolgorio en la soledad.

A las 12 de la noche nos asomábamos ahí el grupo de oficiales a darnos el abrazo, a ver los cohetes de los cerros de El Valle, a oír los rumores de la alegría y la esperanza de un pueblo que se renueva cada 31 de diciembre.

El 31 hubo reunión de oficiales despidiendo el año y me dio pena pero le dije a mi coronel Tovar: “Mi coronel, necesito un permiso, tan pronto regresen los que están de permiso de segundo turno”.

Y le expliqué: “Mi abuela, que es mi mamá vieja, está muy mal y no le quedan muchos días de vida. Me acabo de despedir de ella hace dos días, un abrazo y las lágrimas y recuerdo que me dijo: ‘¡Ay!, Huguito, no llores, que quizás con tanta pastilla me voy a curar’”.

Pero no, ya no tenía cura, sabíamos que se iba, ya se estaba yendo. Y el buen coronel me dijo:

“Chávez, vaya”. Yo era jefe de deportes y no había en ese momento ningún gran compromiso deportivo. Entonces me dijo: “Váyase el 5 de enero cuando lleguen los demás”.

El día primero me voy a visitar a mi coronel Hugo Enrique Trejo en Macuto. Él tenía una casita allí; ese fue como otro padre mío, orientador, el gran líder militar de los años ‘50.

Ahí estuvimos conversando el primero. En la tarde me fui a Villa de Cura a visitar a mi tía abuela Ana, la hija de Pedro Pérez Delgado. Estando allá salí a afeitarme, porque estaba muy mechudo —como decimos—, para regresar en la tarde a la Academia.

Cuando regreso, ya tenía la noticia: “Ha muerto la abuela”. Así que la sembramos al día siguiente. Ya yo estaba comprometido con la Revolución, por eso le escribí estas líneas:

"Quizás un día mi vieja querida, dirija mis pasos hasta tu recinto, con los brazos en alto y como alborozo, colocar en tu tumba una gran corona de verdes laureles: sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu pueblo, y la de tu historia; y entonces por la madrevieja volverán las aguas del río Boconó, como en otros tiempos tus campos regó; y por sus riberas se oirá el canto alegre de tu cristofué y el suave trinar de tus azulejos y la clara risa de tu loro viejo; y entonces en tu casa vieja tus blancas palomas el vuelo alzarán y bajo el matapalo ladrará “Guardián”, y crecerá el almendro junto al naranjal, también el ciruelo junto al topochal, y los mandarinos junto a tu piñal, y enrojecerá el semeruco junto a tu rosal, y crecerá la paja bajo tu maizal, y entonces la sonrisa alegre de tu rostro ausente llenará de luces este llano caliente; y un gran cabalgar saldrá de repente y vendrán los federales, con Zamora al frente, y las guerrillas de Maisanta, con toda su gente, y el catire Páez, con sus mil valientes; o quizás nunca, mi vieja, llegue tanta dicha por este lugar, y entonces, solamente entonces, al fin de mi vida yo vendría a buscarte, mamá Rosa mía, llegaría a tu tumba y la regaría con sudor y sangre, y hallaría consuelo en tu amor de madre, y te contaría de mi desengaño entre los mortales, y entonces tú abrirías tus brazos y me abrazarías cual tiempos de infante, y me arrullarías con tu tierno canto y me llevarías por otros lugares..."

Hugo Rafael Chávez Frías
(28 de julio de 1954 - 5 de marzo de 2013)

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